3 de junio de 2012

Carpe Diem.

-Adiós. Te quiero.
-Lo sé. Pero yo más.
Colgué rápidamente, sin darle tiempo a que me replicara. Sonreí como un idiota al teléfono, inseguro de que en realidad no estuviera soñando. Tenía todo lo que alguna vez había deseado, una persona que me ama y toca mi corazón con solo mirarme. Ella era todo para mi, y no podría vivir si no fuera así.
Vi a una señora mayor, con viejas ropas, vendiendo flores en la calle, empapada por la lluvia que caía. Le di mi paraguas y le compré una rosa. Esta noche me diría algo importante, pero yo ya lo sabía. Íbamos a ser padres. Lo había adivinado por la forma en que reposa su mano en el vientre, me mira con sus ojos azules y luego me sonríe.
Son sus miradas las que me dicen algo sin necesidad de hablar. Fueron sus ojos los que al otro del parque en el que nos conocimos, me invitaron a que me acercara a ella. Fueron sus mismos ojos, los que decían que me amaba, cuando se entregó a mi. Y también eran, los que el día de nuestra boda, me dijeron que siempre estaría conmigo.
Y entonces todo sucedió muy deprisa. En un momento estaba cruzando la calle, y al otro, estaba tirado en medio de la carretera, sangrando tanto que no sabía como seguía vivo.
Oí a gente gritar y a coches de policía llegar a donde estaba yo. Pero a penas podía escuchar a los para médicos que hablaban sobre mi.
...A perdido mucha sangre...
...No sobrevivirá....
...Su corazón no aguantará...
Iba a morir. No necesitaba oír sus palabras para saberlo, porque lo sentía. Lloré, no por mi, sino por ella. Dolía más dejarla, que las heridas que sangraban sobre la acera. No quería que estuviera sola, quería quedarme con ella para siempre. Ser lo que ella viese cada mañana, besar sus labios antes de dormir, y abrazarla para no separarnos nunca, justo lo que estaba sucediendo ahora. Quería agarrar su mano cuando diera a luz a nuestro hijo, enseñarle a atarse los cordones, a no rendirse nunca, y a aferrarse a lo que realmente le importa. Porque esta noche yo lo estaba perdiendo. Todo.
Agarré con fuerza la rosa, cerrando los ojos e ignorando las espinas que se clavaban en mis manos. Como si fuera ella. Era irónico, tanto como dolía aferrarla, dolía dejarla. Los pétalos se manchaban de mi sangre y de mis lágrimas.
Ojalá pudiera abrazarla otra vez, mirarle a los ojos y poder decirle con los míos cuanto significaba para mí. Ojalá pudiera besarla y decirle que la amo. Pero no puedo volver atrás y parar el tiempo, solo puedo quedarme aquí tirado, muriendo, perdiendo las cosas que amo con cada gota de sangre...
Ya me queda poco... y muero. Pero ahora sé, que hay que apreciar cada aliento que tomas, cada sonrisa que te dan, cada latido de tu corazón. Porque en un minuto lo tienes todo, y al segundo no tienes nada. 

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